Imagino que cualquier persona que lea este título sabrá de qué sentimiento hablo. En efecto: la percepción de que nuestras expectativas, anhelos, sueños, ilusiones, no se ven cumplidas. Y eso pasa más a menudo de lo que querríamos reconocer, ¿tengo razón? A mí me ocurre con frecuencia, sobre todo, desde que he decidido recorrer el intrincado y empinado camino de la escritura, dándome a conocer y mostrando a los demás mi trabajo.
Sí, porque cuando somos anónimos y desconocidos por elección propia, quizá esta idea está latente aunque no se muestra en su máximo apogeo; en estos casos, hay otros enemigos interiores que actúan con mayor fuerza, por ejemplo, el miedo al fracaso. Ahora, cuando tratamos de hacernos un hueco en el maravilloso mundo de las artes, de la creatividad (en cualquiera de sus facetas) o del reconocimiento, hasta el más nimio detalle desata a la furia interior que es, precisamente, esta sensación: la de estar haciendo las cosas mal, la de no hacer lo suficiente; la de que (y esta es la peor) no somos lo suficientemente buenos y deberíamos tirar la toalla, o la de que no avanzamos con la rapidez esperada.
Es la incómoda compañera de viaje que, sin haberla invitado, nos murmura al oído ideas negativas a cada paso que damos; que, sin apenas darnos cuenta y en el momento más inoportuno, ocupa nuestro todo como si un vertido tóxico invadiera un lago de cristalinas aguas cuando un acontecimiento, no deseado o inesperado, tiene lugar en nuestro día a día.
Esto es lo que me acaba de suceder, y ahora me toca lidiar con su indeseada presencia para relegarla de nuevo a ese oscuro rincón de mi autoestima del que no debería salir. Pero lo hace, y cuando ocurre, las consecuencias (sin ser desastrosas) me relegan al punto de partida.
Hasta hacía una semana venía anunciando mi presencia en la feria del libro de Madrid a través de mis redes sociales, pero un inesperado hecho, (que nada tiene que ver conmigo; sí con mi editorial y con la organización de la propia feria), ha desembocado en la imposibilidad de que asista a la firma de ejemplares de mi novela La melodía recurrente. Sin entrar en detalles, y cualquiera que haya leído mis crónicas de mi paso por otras ferias, podrá entender el porqué de este artículo: la gran frustración que he sentido al no poder asistir por motivos ajenos a mi trabajo, a mi esfuerzo y a mi ilusión, a una de los más importantes eventos de la literatura en España, y creo que en gran parte del mundo.
No obstante, me he levantado del suelo después del culetazo sufrido y sigo avanzando, luchando y trabajando para que este revés, que me ha mantenido cautiva de mis inseguridades durante varios días, se vuelva a recluir al rincón de mi mente con barrotes de mantequilla al que pertenece, pues he de reiterar que es muy complicado evitar que, de vez en cuando, salga a recorrer a mi vera el difícil sendero que he elegido.
¿La solución?: llevarla cogida muy fuerte de la mano cuando se escape.
2 comentarios en “De la frustración y de cómo torearla”
Imagino tu desengaño, Maria
La vida unas veces te da una de cal y otras veces una de arena, pero aunque duelan las malas experiencias, quédate con las buenas: las ferias a las que sí has asistido este año, la gente que te ha comprado el libro, lo que has aprendido con la editorial y otras muchas cosas que te habrán sucedido, pero no aprecias por culpa de la desilusión.
Ánimos y pa’ lante
Claro que sí, todo forma parte del proceso, las buenas y malas experiencias son las que nos hacen crecer. muchas gracias por tu apoyo.